
Recuerdo cuando, en mi cándida e inocente infancia, la desventura se atribuía a hechos irracionales y tal vez absurdos. Los adultos inculcaban normas, directrices y conductas que si no se cumplían nuestra existencia se veía amenazada por seres mitológicos extrañamente vulgares fruto de la cultura popular.
El Hombre del Saco, cuyo nombre no da mucha información sobre su característica principal, asistía constantemente a mi hogar indagando e inquiriendo sobre mis hábitos alimenticios. Conocía perfectamente mi gusto por el huevo frito con bacon y mi disgusto por la col. El desagrado de mi paladar hacia ciertos platos hacía que mis padres se emocionaban abriendo bien la boca con expresión enojada: "Vendrá el hombre del saco". Cierta incredulidad me producía esa (se podría definir como) amenaza.
Aunque, pensándolo bien, el "Hombre del saco", que no tengo el placer de haber conocido personalmente (ni si quiera me ha dejado un mensaje en el contestador), fue uno de mis primeros temores.
Supuestamente espiaba mis movimientos y constantes desobediencias a mis padres, como si de una cámara se tratara. Mi vida se convirtió en una especie de Reality Show donde yo era el protagonista y el Hombre del Saco el único espectador. Allí, escondico entre armarios y jarrones, disponía de su propio Hotel Hilton, y por su puesto, de su barra libre con todas las sustancias ilegales que eso suponía - y de las cuales presumía, el muy fanfarrón-, disponía tambien (incluso antes de que se inventara) un enorme televisor con DVDs, las cuáles él definía como "IntereXantes", "muy intereXXantes" y "intereXXXantísimas".
Mostraba un aspecto dejado y granuja, un auténtico hereje bravucón (como diría yo en mis propios términos), se consideraba de sí mismo "un ligón de peine en el bolsillo", sin afeitar, sin asear, sudado, desaliñado, mugriento, indecente y astroso pero, ante todo peinado, eso sí.
Sus conocimientos se extendían hasta las más impredecibles leyes de el sillón, el sofá, la manta y las Coca-Colas caducadas. Hasta contaba con una mini-nevera para almacenarlas bien ordenadas.
Su sistema de ordenar las Coca-Colas era un tanto peculiar. Primero pensó en ordenarlas por orden alfabético, pero una vez leídos todos los envases y meditado un par o tres de días, se dio cuenta que eso no daría resultado.
Ahora el Hombre del Saco es un hombre nuevo, sí, igual de culto e inteligente, lo único que varía de su estancia en mi casa es que ahora habita en otra, así puede atemorizar a los renacuajos inquilinos que, desde su silla del comedor, oyen, con los ojos bien abiertos: "Cómetelo o vendrá el hombre del saco"
Foto: herejes siendo juzgados

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